Dulce Muerte


Este  es un cuento que huele a orines, a sudor rancio, a vaho de vómito, a muerte. Es una historia de un hombre que está muriendo solo, abandonado y sucio. Que es consciente de su vejez, de su podredumbre, y no pretende alargar su aliento más de lo necesario, aunque su cuerpo se niega a liberarle y le ata a un mundo que no cuenta con él.

Mira por la ventana y observa en su patio de vecinos grupos de pequeños fantasmas, cómicos, que corretean nerviosos de un lado a otro. Padres que a duras penas los siguen, sonrientes y dichosos. Han llamado a su puerta tres veces esta noche, y las tres no pudo llegar a tiempo. No tiene caramelos, pero le hubiese gustado ver las sonrisas ocultas de esos monstruos enanos. Se imagina que uno de ellos le llevase de la mano a descansar, a abandonar este cuerpo maloliente y descompuesto.

 El timbre le despierta de su sueño. Esta vez, los chantajistas que esperan tras la puerta son pacientes e insistentes. Decide levantarse a abrir y agarra un terrón de azúcar, la única golosina que tiene en casa. Tras la puerta, una primera decepción y una posterior sorpresa: una tostada mulata, esbelta y curvilínea, le mira divertida.
 
- Déjame pasar viejo, que tengo prisa. Esta noche tengo mucha competencia y no voy tan rápido como quisiera.
- ¿Quién eres, negra? – le interroga el viejo, sin poder impedir que se haya colado ya en su salón.
- ¿A quién esperas tu, cielo? Pues esa soy, cariño, me has llamado tantas veces y ahora te sorprendes de verme.
- No te esperaba así, tan… tan deseable  –el viejo sonríe ahora burlón.
-  ¿Pues como me esperabas, corazón? ¿Con una guadaña toda de negro? No estoy para bobadas. Lávate un poco y tiéndete en la cama, que ya voy.

El viejo obedece solícito. Se asea minuciosamente, se perfuma, y se viste con el único traje digno que conserva. No sabe cómo ponerse en la cama. Se estira sin más, con los brazos en paralelo y cierra los ojos. La mulata rompe en una sonora carcajada:
 - Cariño, se trata de desnudarse, no de vestirse de fiesta.

Pero continúa con su labor y se abalanza sobre el viejo, colocando sus caderas encima de su bragueta y frotando sus nalgas con estudiados movimientos. Al poco tiempo, desliza su mano por debajo y sigue meciéndose lenta y cadenciosamente, como en un arrullo, mientras el viejo cierra los ojos en un profundo sueño. Jamás me imaginé que fuera así, piensa, si lo llego a saber , la hubiese llamado antes. Hasta que el ritmo de las caderas se vuelve frenético, y él ya no puede ni pensar, se abandona al paroxismo y se va en un suave suspiro.

La negra se levanta de la cama y se asea rápida en el baño. Se viste con metódica eficacia. Tras la puerta, le espera aquella figura enlutada, equipada con una gran guadaña. Le alarga varios billetes.
-  Amor, ¿no estás un poco mayorcito para jugar a eso de truco o trato? Bueno, a mi me da igual. Adiós, ahí te deje a tu viejito. Llámame cuando quieras mientras pagues así.

Y la negra figura se aleja por el callejón, convertida en una sombra que apenas se percibe a los pocos metros.  Mientras, un anciano, vestido de domingo, yace en la cama con una amplia sonrisa esculpida en un rostro marmóreo.

Comentarios

  1. Felicidades amigo, no ha tenido usted ningún problema en superar los 140 carácteres. Siempre es un gusto leerle, tanto a en su blog como en twitter. Un placer compartir letras con usted. Un abrazo.

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  2. Muchas gracias, continuaremos explorando con mayor o menor éxito, pero quien no se arriesga no llega... Un abrazo

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  3. El placer es mío, siempre es un elogio que te lean, y si encima gusta...

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