Hermanos

No recuerdo si era mañana o tarde. Se que era uno de esos paréntesis vitales que me tomo en ocasiones. Huidas del trabajo en las que, sin mediar palabra, abandono temporalmente el barco, aunque esté semi hundido y a punto de que se lo trague el mar. Deserciones a las que tengo acostumbrados a mis compañeros. Saben que, tras dos horas ilocalizable, vuelvo con el rabo entre las piernas, dispuesto a coger el timón y operar el milagro. Era una de esas escapadas. Me había acomodado en una solitaria y soleada terraza, saboreaba el delicioso café de mi amigo Justo, me relamía con su crema y removía con parsimonia la taza (sin querer imitar a ninguna Madam Bovary, ni sus complicaciones posteriores asociadas a ese gesto). Mi cabeza recuperaba su equilibrio tras el caos. Empezaba a ser humano y racional, por encima del resto de los mortales, animales e irreflexivos. Conquistaba, con aquel placentero café, esa ventaja que luego me permitiría regresar, situarme sobre la vulgaridad general...