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Mostrando entradas de 2011

Dulce Muerte

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Este   es un cuento que huele a orines, a sudor rancio, a vaho de vómito, a muerte. Es una historia de un hombre que está muriendo solo, abandonado y sucio. Que es consciente de su vejez, de su podredumbre, y no pretende alargar su aliento más de lo necesario, aunque su cuerpo se niega a liberarle y le ata a un mundo que no cuenta con él. Mira por la ventana y observa en su patio de vecinos grupos de pequeños fantasmas, cómicos, que corretean nerviosos de un lado a otro. Padres que a duras penas los siguen, sonrientes y dichosos. Han llamado a su puerta tres veces esta noche, y las tres no pudo llegar a tiempo. No tiene caramelos, pero le hubiese gustado ver las sonrisas ocultas de esos monstruos enanos. Se imagina que uno de ellos le llevase de la mano a descansar, a abandonar este cuerpo maloliente y descompuesto.   El timbre le despierta de su sueño. Esta vez, los chantajistas que esperan tras la puerta son pacientes e insistentes. Decide levantarse a abrir y agarra un terrón

El Padre

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Hace una hora que el arrítmico tintineo le mantiene en vela. Ojos fijos en el techo y una especie de escalofrío inexplicable que le recorre la columna vertebral. Imposible dormir. Y sin embargo, es incapaz de mover un solo músculo, un solo tendón. No puede activar uno solo de sus nervios para poner en marcha el complejo milagro corporal de incorporarse de la cama, dar apenas dos pasos y cerrar la ventana para que el viento no siga agitando aquello que suena y suena en su cerebro, ese ruido monocorde, metálico, desagradable. No es miedo. De eso está seguro. Tampoco es pánico, distinto al miedo, reposado y reflexivo. No es vagueza, holgazanería. No está adormecido. De hecho, mantiene los ojos abiertos como platos. Quizás es esa extraña sensación de notar que el otro lado de la cama está frío, acostumbrado a encontrar cada noche el roce de un cuerpo caliente. Quizás es la habitación de aquel hotel funcional, correcto y limpio, pero tan parecido a un frío ambulatorio. Nunca superó la i

La Abuela

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La profunda mirada de la catarata. Así observan los ojos de Antonia, suspendidos en un horizonte irreal, viendo sin ser vistos, temibles si no fuera porque están empotrados en un rostro pícaro, pero bondadoso. Con su eterna bata, casi transparente de tanto lavado, azul a mil rayas, fresca y cómoda, olor perenne a colonia barata, en la butaca que ya nadie usa por cierto asco no confesado, Antonia mira una televisión que no ve y que solo oye, y que emite programas que le importan un pimiento, aunque le llenan la soledad de la sala. Siempre sola. Estuvo sola a sus dieciocho años para criar a su hija, y hoy se siente sola aunque le rodeen nietos, biznietos y mujeres de las que nunca recuerda sus nombres, porque en su familia, tras su hija, sólo hubo varones. Antonia está sola con su secreto. Hoy hay mucho jaleo en la sala. Han venido sus nietos, sus biznietos, que le tiran de la bata reclamándole el aguinaldo; las mujeres de sus nietos, que le besan con apenas escondida repulsión. Y siemp

El rayo

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Paco es hombre de pocas palabras, mejor sería decir que de ninguna. Las perdió una noche hermosa en la que pronunció las últimas que saldrían de su boca en toda su vida. No recuerda qué es lo que dijo. Le pidieron que lo escribiera. Como no le venía nada a la cabeza, estampó en el papel expresiones increíbles y orondas:   “fue esplendoroso”, “esto es el poder” o “qué grande es la naturaleza”. Como cada vez ponía una distinta, dejaron de preguntarle, y de creerle. Hasta que el escritor oficial del pueblo, Don Bartolomé El Cartero, especialista en cuentos de misterio y leyendas rurales escritas con estilo naturalista y realista (diatriba narrativa interior que quizás es la causante de que nadie entienda sus relatos); en un alarde de concisión, claridad, realismo mágico y fabulación de lo cotidiano para tornarlo en extraordinario y misterioso; en una tarde de café, tertulia pausada, aburrimiento y sopor veraniego;   definitiva y certeramente, acotó que Paco, cuando le cayó el rayo enci

No pares

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“No pares, no pares...no mires, ni se te ocurra......no mires, mira que te he dicho que no mires, ea, ya le has mirado el muñón, para que le miras el muñón, no mirar el muñón, repítelo cien veces, escríbetelo en tu pizarrita cerebral, subnormal...ahora tengo que volver, tengo que volver, te lo dije, no mires...bueno, total, ¿qué son dos euros?, le podría haber dejado uno, pero agarras lo del bolsillo, y como te han entrado dos euros en la mano, pues ea, dos euros a la manta... fíjate, lo rápido que los ha cogido, el tío, nada más deja las moneditas de cobre, las de céntimos, para que parezca que no le ha caído ni una de las plateadas...eso sí, siempre monedas, siempre, no se quién me lo contó una vez, que coño importa, si dejas dos monedas, la gente echa más, como lo vean vacío se puede quedar así toda la mañana, porque la gente es hijoputa y no lo sabe, la gente es tonta, profundamente tonta, profundísimamente tonta, y no se han enterado, dejarse influir porque un pañuelo en el sue

Hermanos

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No recuerdo si era mañana o tarde. Se que era uno de esos paréntesis vitales que me tomo en ocasiones. Huidas del trabajo en las que, sin mediar palabra, abandono temporalmente el barco, aunque esté semi hundido y a punto de que se lo trague el mar. Deserciones a las que tengo acostumbrados a mis compañeros. Saben que, tras dos horas ilocalizable, vuelvo con el rabo entre las piernas, dispuesto a coger el timón y operar el milagro. Era una de esas escapadas. Me había acomodado en una solitaria y soleada terraza, saboreaba el delicioso café de mi amigo Justo, me relamía con su crema y removía con parsimonia la taza (sin querer imitar a ninguna Madam Bovary, ni sus complicaciones posteriores asociadas a ese gesto). Mi cabeza recuperaba su equilibrio tras el caos. Empezaba a ser humano y racional, por encima del resto de los mortales, animales e irreflexivos. Conquistaba, con aquel placentero café,   esa ventaja que luego me permitiría regresar, situarme sobre la vulgaridad general y s

Mi abuelo

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Tarde de bochorno y sudor. Al resguardo de una tupida sombra, Mario Vizcaíno y su abuelo, Ernesto Vizcaíno, observan el paseo intermitente del mujerío acalorado y apresurado, que luce ropas ligeras. Y cortas. Muy cortas para el abuelo, aunque en absoluto le molestan. Mario va a añorar esas interminables tardes con su abuelo. Tardes de silencios, de observar la atmósfera, analizar el aire y comentar la caída de una hoja. Tardes de disección de la calle, de miradas cómplices ante unasugerente minifalda, de reproches mutuos por discusiones vanales. Tardes de consejos que marcan y marcarán su vida. Mario se va, y no sabe cómo decírselo a su abuelo. “Niño, convíate algo, que estas mu callao. Amos a darle al vino, a ver si te suelta la lengua”. El nieto se levanta obediente y regresa a la terraza con una Coca-Cola para él y un vaso de vino de pitarra.. Ernesto se moja primero la punta de la lengua, metódico, picoteando la temperatura y la acidez del caldo. Testeado el tintorro, lo engulle

Menos es más

A contracorriente. Sin duda, escribir un microcuento en twitter es mucho más difícil de lo que muchos creen. Apenas apostaría porque un 2% de mis microcuentos sean realmente dignos. Pero las cosas nunca son como las programas, y eso es lo que hace realmente apasionante a la vida. Sino, seríamos funcionarios de la existencia y compulsaríamos cada decisión de un camino que no valdría la pena recorrer. Así que, después de cuarenta años sin animarme a escribir una sola línea que otros leyesen, descubrí twitter, su anonimato literario y un hallazgo que aún me da vértigo: la sensación (verdadera o no) de que tienes un grupo de lectores fieles que leen cada letra que escribes. Y lo que es mejor, las censuran o las elogian sobre la marcha. Superadas las barreras de la timidez y la de la ignorancia, por primera vez la literatura se ha convertido en una necesidad que he satisfecho en 140 caracteres o más casi cada día. Y en literatura, yo estoy convencido de que menos es más. Quizás debí emp