Mi abuelo
Tarde de bochorno y sudor. Al resguardo de una tupida sombra, Mario Vizcaíno y su abuelo, Ernesto Vizcaíno, observan el paseo intermitente del mujerío acalorado y apresurado, que luce ropas ligeras. Y cortas. Muy cortas para el abuelo, aunque en absoluto le molestan. Mario va a añorar esas interminables tardes con su abuelo. Tardes de silencios, de observar la atmósfera, analizar el aire y comentar la caída de una hoja. Tardes de disección de la calle, de miradas cómplices ante unasugerente minifalda, de reproches mutuos por discusiones vanales. Tardes de consejos que marcan y marcarán su vida. Mario se va, y no sabe cómo decírselo a su abuelo. “Niño, convíate algo, que estas mu callao. Amos a darle al vino, a ver si te suelta la lengua”. El nieto se levanta obediente y regresa a la terraza con una Coca-Cola para él y un vaso de vino de pitarra.. Ernesto se moja primero la punta de la lengua, metódico, picoteando la temperatura y la acidez del caldo. Testeado el tintorro, lo engulle